Las actitudes de credulidad, sumisión, obsecuencia y medrosidad ante los extraños seres y las disparatadas fábulas que constituyen el núcleo de cualquier concepción religiosa, resultan nauseabundas para cualquier complexión psíquica normal. No digamos ya la propensión a participar en rituales y celebraciones en los que se escenifican y refuerzan tales creencias. La sensación que se deriva de la contemplación de tales fenómenos es que los adeptos y seguidores de un credo religioso padecen algún tipo de afección morbosa de la que, afortunadamente, es perfectamente posible sanar.
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