Al final de su vida, el filósofo Arthur Schopenhauer alcanzó -al menos en parte- el reconocimiento público de su obra que durante tanto tiempo se le había negado. Una joven y prometedora artista, Elisabeth Ney, solicitó permiso para hacerle un busto. Halagado, el gran pesimista accedió a esta petición. En esta comedia filosófica, elocuente y sutil, se imagina una de aquellas sesiones entre la escultora y su ilustre modelo.
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